sábado, 30 de abril de 2011

Efimeridad - existencialismo límite


La efimeridad observada desde el punto de vista vital resulta una ironía en sí misma puesto que reflexionando sobre lo que persiste y no persiste a lo largo del tiempo, se llega a la conclusión de que si la vida se acaba se acaba todo. Puede resultar una visión egoísta del propio sujeto, pero si se piensa bien, cuando uno acaba, acaba todo. Al pasar por debajo de un arco de triunfo se disfruta de esa insignificante experiencia en el espacio transitorio como si supusiera algo excepcional comparado con el transitar por cualquier espacio de cielo abierto. Empieza en un punto, y ocho, diez, o quince metros después se acabó, acabándose toda la sensación de estar haciendo algo más especial por tener un simple techo de piedra encima, cargadísimo de simbolismo y significado que a lo largo de los años aumentaba y disminuía según el escepticismo social lo dictara. ¿Que tan especial es la superficie cerrada (un rectángulo alzado al aire con una sección curvada perpendicularmente al eje de elevación, osea hacia arriba mirando el suelo) que lo único que hace es permanecer impaciente a que alguien se cuestione qué es y qué supone la relación entre uno, la acción, y el dichoso arco alzado en pos de algo que importa sólo a los que lo han realizado y para lo que los demás, carentes de una reflexión fija hacia el objeto majestuoso, es sólo un motivo más para no sentirse especiales y que suponga una cosa más en el mundo que terminará por acabarse aun dejándolo reflejado en una fotografía o mediante el recuerdo efímero idealizado que contado a otros será modificado y por tanto menos sostenible que aquel arco del que se está hablando?

Nada se sostiene en el mundo de la realidad porque todo concluye pasado el tiempo.
Si la inexistencia es un modo más de pensamiento, y si el individuo que no existe y no piensa por sí mismo, no le importa no haber nacido, puesto que los sentimientos, si no nacen, no se desarrollan, ni acaban por contrariarse en la mente de uno.

Cada vez que pasas por cualquier puerta y te da la sensación de encontrarte en otro sitio, repasa de dónde has venido y dónde has entrado, si la propiedad del espacio cambia, o cambia lo que se concibe como un protocolo aplicado a una pertenencia o posesión, que se reduce a un micro-espacio, comparándolo con la inmensidad del que somos capaz de albergar. Pensemos en un momento en una habitación, separada de otra por el marco de una puerta. Mejor de una ventana (la ventana suele ser sólo un acceso visual, y no físico, excepto para cacos y personas cuya educación les impide usar puertas). El aire transita entre ellas como podría transitar cualquiera de nuestros cuerpos, pero los tenemos dividos. Ahora unamos esas dos habitaciones, y mirémoslas desde fuera (ya que al citar dos habitaciones, nuestra imaginación nos introducirá en una de ellas -generalmente la primera citada). Comparémoslas con el resto del mundo imaginado... ve más allá... más allá... más allá... si se pierden las habitaciones de la visión, recupéralas, y goza de la inmensidad del espacio de tu imaginación. Ahora vuelve a la realidad, en la habitación que estás ahora. Abandónala mentalmente (físicamente, opcional). Sigue más allá... más allá... más allá... Bienvenido/a a la visión limitada de los sentidos.

Tal y como nuestro tiempo es finito, nuestras visiones de los espacios por medio de los sentidos y sentimientos lo son. Ajustamos para conocer. Ajustamos para controlar. Pero los límites no existen más allá de nuestra propia existencia.